Dios del Odio

El tablero huele a mermelada. Mermelada de frambuesa. Es oscura y roja. 

No me importa, quiero seguir. No todas son peones pero todas obedecen como tal. Temen la mano enorme, siguen el juego. Se destrozan entre ellas, una a una. 

Alfil revienta torre. Caballo destripa alfil. Mancha y huele. No dialogan, no piensan. No se lo permito o no pueden, no lo sé. Solo y únicamente se revientan unas a otras, casilla a casilla. Así lo quiero.

Puedo oler la falta de vida. He tenido que tragar una y otra vez la saliva que se forma en mi boca, porque la mermelada me daba hambre. He llegado incluso a untar mi dedo en los restos de los peones caídos, hace horas. Se me queda debajo de las uñas. Un delicioso gesto de gula y desprecio. Ya no es tan dulce. La mermelada es demasiado roja, demasiado oscura. Pero todavía me relamo, en parte, por ese sabor que se pudre poco a poco y que atrae a las moscas. Que me atrae a mí. 

No gritan pero hay dolor. Crujen su cascarón y desparraman la mermelada en el tablero. Me dan escalofríos y taquicardia. Pero sigo. Temen la mano que se va tornando más agresiva y más demandante en cada movimiento. Quedan menos, más mermelada, soy menos paciente. Lo estoy odiando. Les odio y decido que no es blancas contra negras, sino un todos contra todos absoluto.

Quiero que se mueran, que se acabe, pero también quiero que sufran un poco más. Quiero que se manche todo. Me repugnaría limpiarlo, no lo haré. Hay más mermelada que pedazos en las casillas. La mermelada ya no huele dulce, sino a sustancia de odio, sumisión, guerra y falta de conciencia. Solo hacen lo que yo quiero. Son insignificantes y los odio. Es asqueroso.

Uno ¿Uno? Solo uno ya ¡Serán bestias! Trozos, mermelada y el que queda. Y ya está. Es asqueroso. Se han destrozado entre todos como inconscientes salvajes ¿Pensaban en algo o solo me obedecían? Solo hay un mejunje rojo de moscas y peste. Lo odio.

Me acerco, proyectando una sombra de cinco dedos sobre el tablero. Odio este cuadro. La dejo caer, lo aplasto y lo aparto.

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