Aborto creativo

Parece que el arte nunca nos ha pertenecido. Siempre ha habido una norma, una ley, un código moral que ha pretendido destruir el que no se ciña a los más estrictos parámetros.

Si bien todo esto nos suena a viejo, a un triste cuento de guerra y censura, esta realidad no está tan alejada. Nuestra maravillosa era de la digitalización y la libertad y el arte sin límites también se ve fuertemente condicionada por el exterior. ¿Qué pasa sino con esos libros que el señor Trump quiere retirar de bibliotecas? ¿Puede a día de hoy arrebatarnos eso? Los nazis también se empeñaron en quemar y destruir todo lo que se escapaba de su control, y aun así el arte ha pervivido. En una época como la nuestra, una censura a ese nivel es prácticamente impensable. No, no hay que preocuparse de la censura externa. Siempre encontramos una maña para librarnos de ella. Pero me temo que hay un mal mayor, uno que sí nos pone en peligro.

¿Qué pasa cuando el arte no nace? O mejor dicho, ¿qué pasa si nace muerto? Existe un curioso fenómeno en el que ni siquiera hace falta un censurador que eche al fuego un libro o que corte con tijeras escenas de un rollo de película. El artista está tan adoctrinado en sus miedos que cuando surge una idea que los desafía, la mata. Son proyectos que nunca saldrán de sus labios, que nunca tocarán el lienzo, que nunca serán escuchados por nadie. ¿Por qué tenemos miedo de materializar nuestro arte? Nos tiembla el pulso ante la polémica. Ante una acusación de machismo, xenofobia, cualquier atrocidad humana que cometan unas letras sobre el papel, decidimos destruir la trama, renunciar a la sustancia, defenestrar las ideas. No importa si es mera ficción, no importa si en verdad todo aquello no nos representa. Preferimos ahorrarnos los proyectiles de personas sin una mirada crítica que nos juzgan como a nuestros monstruosos personajes.

El arte es el que es y se formula como se formula. Mutilarlo no hace más que arrasar con él. La brutalidad existe y tiene un límite, pero ni siquiera nos plantamos sacarla de nuestra mente para probar y medirla si creemos que puede causar un mínimo de escándalo.

La censura muere con el censurador. El arte es paciente y espera para resurgir incluso después de siglos olvidado. Pero la diferencia en ese caso es clara: sigue respirando. Dejemos que tome forma y que nos lleve con los ojos vendados. Él sabe a dónde ir. No lo arranquemos nada más eche raíces en nuestra imaginación. No necesita que su creador sea también su verdugo.

Autor:

Otros relatos

La cita

Infierno

Recomendados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *